sábado, 10 de mayo de 2008

La Capilla Sixtina






Cuando era chica, mi padre me regaló mi primer libro: la biografía de Miguel Ángel Buonarroti. Hasta ese momento no sabía quien era. No tardé mucho en descubrir la importancia de aquel famoso personaje que se convirtió en mi principal referencia cada vez que me hablan de la bella Italia

Recuerdo que me divertía mucho leer cómo Miguel Ángel se demoró en culminar sus obras, porque le daba la gana, ante la impaciencia del Papa Julio II, quien le había encargado realizar unas esculturas para su tumba, conforme a su estilo ego centrista. No contento con ello, le dio otro trabajito: La decoración de la Capilla Sixtina, obra que le tomó al pintor una encerrona de varios años, mientras la rabia papal avanzaba porque no veía cuando el artista acabase.

Hace poco estuve en la Capilla Sixtina, y fue emocionante notar el encuentro de mi imaginación alimentada por dicha lectura a los 11 años y las bellas figuras que se presentaban ante mis ojos. Mientras desfilaba por una serie de esculturas y obras de arte imposibles de retener en su totalidad en la memoria de mi cámara fotográfica, el camino al interior de la Capilla nos llevaba directamente a la bóveda, donde se encuentra, entre muchas otras, la obra maestra: La Creación. Al llegar a una primera entrada, decenas de turistas que iban en procesión junto conmigo, descendimos por unas escaleras mientras que una voz grabada en todos los idiomas del mundo nos repetía que guardásemos silencio. Al subir cinco peldaños y voltear a la izquierda, un guardián ubicado en la puerta de la bóveda gritaba en inglés con acento italiano: ¡¡Cameras into the bags!! ¡¡No pictures.!!. Yo sentía que levitaba.

Conforme entraba lentamente, veía cada vez más cabezas inclinadas hacia arriba, identificando algo confusas cada pintura en el cielorraso y buscando su correlación. Creo que no fui la única quien buscó primero la Creación, y me ubiqué en el centro para identificarla, caminando con la cabeza para atrás. Y allí estaba, en su real dimensión, las figuras de Dios y Adán, poco antes o después de unirse con los dedos índices. Después de contemplarla durante varios minutos, y antes que me diera tortícolis, bajé mi mirada a los lados laterales: la historia del Antiguo Testamento, los profetas, episodios bíblicos como el bautismo de Cristo, Moisés rescatado de las aguas, y en el altar mayor, el inmenso Juicio Final. Todo apreciado por una luz tenue pues no habían encendido todas por alguna razón. La atmósfera eclipsada se quebraba de vez en cuando con la voz de uno de los guardianes, balando como las ovejas: ¡¡sileeeeencee pleaseeeee!!, mientras daba palmaditas. No pude evitar la risa porque era la misma descripción que un amigo me había dado sobre lo que sucedía durante la visita.

No sé mucho de arte, pero pude disfrutar mucho de esa visita gracias a que mi viejo escogió bien mi primera lectura. De ahí mi interés ahora por informarme más antes de pisar el lugar que visite. Se disfruta más.

1 comentario:

Anónimo dijo...

tiene que ser una experiencia impresionante, no he hecho esa visita